Lo que nosotros hemos decidido hacer es quizás lo más difícil, lo que requiere el esfuerzo espiritual más colosal, lo contrario a lo que se logra por puro esfuerzo físico, por medio de trabajos primariamente materiales, en los cuales la superficialidad de todo lo físico y mecánico da al espíritu una forma tosca; no es aquello que satisface más fácilmente a la mayoría, no es lo que haríamos si quisiéramos que a todos le gustara lo que hacemos. Pero esta elección es sumamente valiosa, la más valiosa de todas: es la que lanza una flecha hacia un blanco más concreto y elevado.
No nos damos a nosotros mismos la forma que la mayoría cree ser la de su gusto, sino que nos sometemos a un experimento basado en hipótesis intuídas en los abismos.
Es que apenas unos pocos más, aparte de nosotros, sabe quizá lo que podría elevar a este ser que se llama a sí mismo humano.
Saber esto es un consuelo y además una advertencia ante la puerta que nos lleva hacia una vida extraordinaria; la más fríamente extraordinaria, lo que se desarrolla, crece y fortalece en los abismos infinitos donde habitan las estrellas.
Nos damos a nosotros mismos la posibilidad de conocer nuestras limitaciones, y así nos damos también la oportunidad de superarnos.
El que vive esclavizado por la ambición de agradar, cree que los demás buscan lo mismo, y trata de someterlos, de ejercer su poder extorsionando con la amenaza de retirar su aprobación y apoyo a una estimable reputación de quienes le rodean.
Estamos así conformes con lo hecho. Presentamos objetivamente –aunque no exento de alegría– un fragmento de realidad pura; aunque haya pocos con una sensibilidad suficientemente educada para apreciar eso, con un estómago apropiado para digerir eso, con una elevación del espíritu suficiente como para poder medirse con eso.